El concepto de guerra total: su impacto y un cuestionamiento ético
El concepto de guerra total: su impacto y un cuestionamiento ético.
El concepto de guerra total no solo redefine el conflicto armado, sino que plantea profundas cuestiones éticas. Al eliminar las distinciones entre civiles y combatientes, esta estrategia convierte a toda una sociedad en objetivo, justificando niveles extremos de destrucción y sufrimiento. Desde los bombardeos en Guernica y Gijón hasta las tácticas contemporáneas en Gaza y las dinámicas destructivas de la política, la guerra total nos obliga a reflexionar sobre sus consecuencias humanas y sociales.
Los ejemplos históricos y contemporáneos.
Guerra Civil Española: la aniquilación como estrategia.
En Guernica, el bombardeo masivo de civiles buscaba desmoralizar y aniquilar la resistencia republicana, un acto que marcó el inicio de la era de los bombardeos estratégicos. De manera similar, en Gijón, la represión franquista tras los bombardeos mostró un desprecio por la vida humana y la convivencia democrática, destruyendo tanto comunidades como ideas de justicia y libertad.
Palestina: un conflicto que perpetúa el sufrimiento.
Las acciones en Gaza, bajo el liderazgo de Benjamin Netanyahu, ilustran cómo el concepto de guerra total persiste. Los ataques sistemáticos contra infraestructuras civiles no solo afectan a combatientes, sino que condenan a generaciones a la pobreza, el desplazamiento y la muerte. La comunidad internacional debate si estas acciones pueden justificarse en nombre de la seguridad nacional o si constituyen violaciones éticas y legales de los derechos humanos.
España contemporánea: la guerra total en la política.
En el terreno político, tácticas de desinformación y polarización como las empleadas por Alberto Núñez Feijóo reflejan una forma de guerra total no violenta. La erosión de la confianza pública y la deshumanización del adversario político son estrategias que fragmentan el tejido democrático, convirtiendo el debate en un campo de batalla. La principal víctima de esta "guerra total política" no es solo la democracia, sino también los ciudadanos inocentes que, debido a estas tácticas, ven truncados avances sociales y reformas legislativas que podrían mejorar sus vidas.
Por ejemplo, el bloqueo de leyes cruciales en el Congreso, el uso de bulos para desacreditar propuestas progresistas o la manipulación de instituciones como el poder judicial, lejos de promover un modelo constructivo de oposición, perjudican directamente a la ciudadanía. Estas tácticas, impulsadas por el afán de poder y la ambición personal de Núñez Feijóo, desvían los recursos y energías de la política de su propósito principal: servir al interés público.
El cuestionamiento ético: ¿vale la pena?
La guerra total plantea una pregunta esencial: ¿vale la pena sacrificar vidas humanas y la convivencia democrática para alcanzar objetivos políticos o militares?
En conflictos armados, la destrucción de comunidades enteras, como en Guernica o Gaza, no solo tiene consecuencias inmediatas en términos de muertes y sufrimiento, sino que también perpetúa ciclos de odio y venganza. En política, el uso de tácticas destructivas para ganar poder degrada los valores democráticos, dejando sociedades polarizadas e instituciones debilitadas.
La ética de la violencia contra civiles.
El filósofo Michael Walzer, en su obra Guerras Justas e Injustas, argumenta que ninguna justificación estratégica puede legitimar la violencia contra civiles inocentes, pues contradice los principios fundamentales de la moralidad en tiempos de guerra. Bajo esta perspectiva, los bombardeos como los de Guernica o Gaza no son solo inhumanos, sino estratégicamente miopes, ya que siembran las semillas del conflicto perpetuo.
La ética en la política democrática.
En el ámbito político, la desinformación y la manipulación no solo debilitan a los adversarios, sino también a las propias democracias. Cuando el objetivo ya no es mejorar la vida de los ciudadanos, sino destruir al rival, ¿qué queda del ideal democrático? Estrategias como las que polarizan y deshumanizan, vistas en la frase "me gusta la fruta", envenenan el espacio público y alejan a la ciudadanía de un debate constructivo y ético.
En este contexto, las víctimas no son solo los actores políticos, sino los ciudadanos que ven cómo se bloquean leyes que podrían abordar problemas urgentes como la desigualdad, el cambio climático o la mejora de los servicios públicos. Este daño colateral revela una profunda desconexión entre la ambición política y el bien común.
Reflexión final.
La guerra total, en todas sus formas, pone de manifiesto los límites de la ambición humana y el costo moral de alcanzar ciertos objetivos. Frente a esto, debemos cuestionar seriamente si el fin justifica los medios, especialmente cuando esos medios implican la destrucción de vidas, comunidades e ideales. Aprender de la historia, desde Guernica hasta Gaza, y actuar con ética en todos los niveles —militar, político y social— es el único camino para evitar repetir los errores del pasado y construir un futuro más humano.
¿La sociedad está dispuesta a pagar el precio de la guerra total? Esta es una pregunta que, hoy más que nunca, necesita respuestas.
Porque en el campo de batalla, sea militar o político, los inocentes no deberían ser los sacrificados.