¿Dónde está la raíz del mal? Fascismo, sociedad y responsabilidad colectiva
¿Dónde está la raíz del mal? Fascismo, sociedad y responsabilidad colectiva.
La historia y la filosofía política han debatido largamente sobre el origen del mal en las sociedades humanas. En este contexto, surge una pregunta inquietante: ¿es el fascismo como ideología el verdadero núcleo del mal, o lo es la sociedad que, conociendo sus implicaciones, decide apoyarlo? Esta cuestión no solo es un ejercicio teórico, sino una reflexión crucial en tiempos en los que los regímenes autoritarios resurgen con fuerza en muchas partes del mundo.
Entender dónde se encuentra la raíz del mal exige analizar tanto la naturaleza de las ideologías opresoras como el papel de las personas que, activamente o por inacción, les permiten florecer. A continuación, exploraremos esta dualidad para intentar arrojar luz sobre una de las preguntas más complejas de nuestra condición humana.
El fascismo como ideología y sistema autoritario.
Por un lado, el fascismo es, por naturaleza, un sistema autoritario que promueve principios de opresión, exclusión y violencia. Es un régimen que se construye sobre la exaltación de un líder absoluto, el desprecio por la democracia y la implantación de un Estado totalitario. En este contexto, el mal podría entenderse como inherente a la ideología misma del fascismo. Al imponer una visión del mundo basada en la supremacía de un grupo sobre otros, la ideología fascista niega la pluralidad y la libertad individual, y utiliza la violencia como herramienta legítima para alcanzar sus objetivos. En este sentido, el mal estaría en el propio núcleo del fascismo: en sus doctrinas que deshumanizan y destruyen a las personas y comunidades que no se ajustan a sus criterios.
La complicidad de la sociedad.
Sin embargo, el fascismo no puede existir de manera aislada. Su ascenso depende, en gran medida, de la aceptación y el apoyo de la sociedad. Si bien los líderes fascistas son responsables de imponer su visión autoritaria, los ciudadanos también juegan un papel fundamental. La sociedad que, consciente de las consecuencias nefastas de este tipo de régimen, elige apoyar a los fascistas, o al menos no se opone, comparte una responsabilidad. No siempre de forma directa o deliberada, pero sí de manera significativa.
El artículo "El fascismo que viene aprovecha tu pasividad", publicado en eldiario.es, refuerza esta idea al destacar que el fascismo no necesita grandes mayorías para prosperar, sino pequeñas parcelas de poder y la complicidad de una ciudadanía pasiva. La normalización de los discursos de odio y la ausencia de reacción firme ante las primeras señales son los terrenos fértiles en los que germina este sistema. La pasividad, según este enfoque, es una forma de consentimiento tácito que permite a los movimientos autoritarios avanzar sin oposición real.
La complicidad no siempre es evidente. Puede estar motivada por la falta de información, por el temor a las represalias o incluso por el convencimiento de que un sistema autoritario podría traer estabilidad o mejorar las condiciones de vida. Sin embargo, el punto crucial es que, sin la aceptación o la tolerancia de la sociedad, el fascismo no podría sostenerse. El mal, entonces, no solo reside en la ideología que promueve el fascismo, sino también en las decisiones de las personas que, por diversas razones, permiten su crecimiento.
El individuo frente al colectivo.
Este dilema también nos lleva a cuestionarnos sobre la responsabilidad individual y colectiva. ¿Es la ideología fascista una construcción social o un impulso inherente a la naturaleza humana? ¿Hasta qué punto el individuo es responsable de un sistema que no ha creado, pero que se ve afectado por él? Aunque las ideologías autoritarias siempre dependen de ciertos líderes para materializarse, el poder de estas ideologías reside en gran medida en la pasividad o en la falta de oposición de aquellos que tienen el poder de rechazarlas.
En muchos casos, la aceptación del fascismo por parte de la sociedad tiene que ver con situaciones de desesperación social, económica o política. En momentos de crisis, los individuos buscan soluciones rápidas y simples, y el fascismo puede parecer ofrecer esa solución. Este fenómeno no es nuevo: a lo largo de la historia, los movimientos autoritarios han encontrado apoyo entre sectores de la población que, sintiéndose perdidos o vulnerables, ven en estos movimientos una forma de recuperar el control.
La educación y la conciencia crítica.
En todo esto, la educación juega un papel crucial. Las sociedades que promueven una educación crítica, que fomenta el pensamiento independiente y el respeto por los derechos humanos, son menos susceptibles de sucumbir a las ideologías autoritarias. La capacidad de reconocer los peligros del fascismo depende en gran parte de la educación cívica y de la conciencia crítica de la población. Cuando los ciudadanos son conscientes de las lecciones de la historia y tienen las herramientas para entender los mecanismos del poder y de la manipulación, pueden resistir las tentaciones de los movimientos autoritarios.
Conclusión
En última instancia, la raíz del mal no radica solo en la ideología fascista, ni exclusivamente en los líderes que la promueven. El mal también está en la sociedad que permite que esa ideología florezca, en aquellos que, por acción u omisión, le otorgan legitimidad. Como señala eldiario.es, el fascismo no necesita que todos lo apoyen, sino que muchos miren hacia otro lado. Esto convierte la pasividad en su mayor aliada.
La historia nos enseña que los regímenes autoritarios solo pueden prosperar cuando encuentran apoyo o, al menos, la tolerancia de una parte significativa de la población. Este es un recordatorio de que la responsabilidad no solo recae en los líderes que imponen estos sistemas, sino también en nosotros como sociedad. La reflexión constante sobre nuestra propia responsabilidad colectiva es fundamental para evitar que el mal se apodere de nuestras instituciones y valores.
Artículo citado: El fascismo que viene aprovecha tu pasividad.
4 de noviembre de 2015
eldiario.es.