Cuando lo oscuro avanza: atacan la verdad, ensucian la alegría, golpean la decencia… pero la luz no se apaga
Cuando lo oscuro avanza: atacan la verdad, ensucian la alegría, golpean la decencia… pero la luz no se apaga.
Hay momentos en que una línea invisible se cruza y de repente lo sabes: están tratando de acabar con todo lo que alumbra. Con la verdad, con la alegría, con lo limpio. Con todo lo que nos permite mirar el futuro sin asco.
Desde hace meses, vivimos en España un escenario en el que lo podrido ha salido de las cloacas, y no para ser limpiado, sino para enredar en su mugre a quien se atrevió a decir, con la cara en alto y sin vacilar, que es un político limpio. Pedro Sánchez lo dijo, lo repitió, y lo peor es que lo dijo ante Ana Rosa. Aquello fue imperdonable. Porque si algo no puede tolerar el poder oculto —el que vive de manipular, de intoxicar, de destrozar lo común desde despachos bien enmoquetados— es que exista alguien que se proclame limpio y tenga un historial que lo respalde.
Desde entonces, todo ha sido una coreografía perfectamente orquestada de acoso: bulos, campañas teledirigidas, juicios paralelos, ruido. No porque Sánchez sea infalible, sino porque no es igual que ellos. No lo soportan. Porque se les cae el relato de la equidistancia. Porque no puede haber simetría ética entre quien revaloriza pensiones, dignifica salarios, reforma la ley laboral, impulsa becas, blinda la sanidad pública y quien convive, literal y figuradamente, con el narco, el fango y la mentira organizada. No hay comparación posible, por mucho que intenten empastar las diferencias con toneladas de fango mediático.
En el ámbito local, la cosa no va mejor. En Gijón, la oscuridad también avanza. Tenemos una alcaldesa condenada por el Tribunal de Cuentas por usar dinero público como si fuera su monedero. Y no dimite. Al contrario, pontifica. Después de cargarse la Zona de Bajas Emisiones —un proyecto que no era solo ecológico, sino también de salud pública para una zona como La Calzada, castigada históricamente por la contaminación—, no solo no asume el desastre, sino que lo disfraza de cruzada por los derechos del automóvil, como si no existiesen coches ecológicos, como si respirar aire limpio fuera un capricho de rojos. Perdimos los fondos europeos que habrían abaratado el transporte público, y ha tenido que ser el Gobierno del Principado quien tapara el agujero. Pero da igual: aquí lo que importa es destruir, no construir.
Y mientras nos distraen con titulares basura, la naturaleza —una de las pocas cosas que aún se resisten al control del IBEX— también sufre. Durante un tiempo nos creímos que podíamos convivir con el lobo. Que protegerlo era protegernos. Que su regreso era símbolo de un ecosistema que se recupera. Pero ahora, otra vez, demonización. Se le vuelve a señalar, se consiente su caza. ¿Por qué? Porque molesta a quien no quiere invertir en mastines ni en pastores eléctricos. Porque es más fácil matar que convivir.
Y la historia se repite con las nutrias y los cormoranes. Mamíferos y aves cuya recuperación es la prueba de que algo estamos haciendo bien. Pero claro, ahora sobran. Se les pinta como plaga. Se culpa a la nutria de que los pescadores pescan menos, como si el problema no fuera la sobreexplotación, el cambio climático, los vertidos ilegales, los embalses. No: la culpa es del animal que solo intenta vivir. Porque aquí, cuando algo se levanta con dignidad, se le dispara.
Lo podrido, lo oscuro, lo escondido y lo sucio avanza cuando lo dejamos pasar como si nada. Pero no es nada. Es mucho. Y lo sabe quien no se resigna, quien aún conserva algo de luz dentro. Por eso es tan importante resistir, señalar, hablar, escribir. Porque cuando uno se calla, ellos ganan.
Y no lo vamos a permitir.