¿Dónde está el mal: en las ideas ultraderechistas o en quienes las consienten?
¿Dónde está el mal: en las ideas ultraderechistas o en quienes las consienten?
Las ideas ultraderechistas, con su carga de odio, exclusión y desigualdad, no se imponen por sí solas; necesitan de un contexto favorable para prosperar. Esto plantea una pregunta clave: ¿es más responsable quien las promueve o la población que las acepta? Varios filósofos progresistas han reflexionado sobre esta cuestión, abordando cómo las ideologías autoritarias se expanden y cuál es la responsabilidad de quienes las consienten. Sus respuestas, aunque distintas, comparten una visión común: el mal es un fenómeno complejo que involucra tanto a los emisores como a las dinámicas sociales que los legitiman.
Hannah Arendt: la banalidad del mal.
Hannah Arendt, al analizar los crímenes del nazismo en su obra Eichmann en Jerusalén, planteó un concepto que sigue siendo fundamental: "la banalidad del mal". Según Arendt, el mal no siempre proviene de figuras demoníacas o malvadas, sino de personas comunes que actúan de manera irreflexiva, cumpliendo órdenes o adaptándose a sistemas injustos sin cuestionarlos.
Un régimen ultraderechista, argumenta, necesita algo más que líderes carismáticos; requiere la complicidad de personas que, por obediencia, conformismo o miedo, no se resisten. Este tipo de mal se vuelve peligroso porque no parece extraordinario. En este sentido, el problema no es solo el emisor de las ideas, sino la falta de pensamiento crítico y responsabilidad ética en la sociedad que las acepta.
Lección de Arendt: La indiferencia y la falta de cuestionamiento convierten a las personas comunes en cómplices del mal, aunque no sean sus iniciadores.
Antonio Gramsci: la hegemonía cultural.
Gramsci, filósofo marxista, ofreció una perspectiva complementaria al centrarse en cómo las ideas reaccionarias y autoritarias logran dominar culturalmente. Según él, estas ideas no triunfan únicamente por la fuerza o la coerción, sino porque logran construir una "hegemonía cultural": un consenso social que las presenta como naturales, inevitables o incluso deseables.
La hegemonía se construye a través de instituciones como la escuela, los medios de comunicación o la religión, que moldean la manera en que las personas interpretan el mundo. De este modo, las ideas ultraderechistas se vuelven parte del sentido común, y las personas las aceptan porque no ven alternativas viables.
Sin embargo, Gramsci subrayó que esta hegemonía no es inmutable. Es posible construir una "contrahegemonía" mediante movimientos sociales, educación crítica y la organización política. La responsabilidad, por tanto, recae tanto en quienes promueven las ideas reaccionarias como en quienes no trabajan activamente para desmantelar su legitimidad.
Lección de Gramsci: Las ideas reaccionarias prosperan cuando la sociedad no crea alternativas culturales y políticas que las desafíen.
Herbert Marcuse: la tolerancia represiva.
En su ensayo La tolerancia represiva, Herbert Marcuse denunció cómo las democracias liberales permiten que ideologías opresivas se difundan bajo el pretexto de la libertad de expresión. Según Marcuse, esta tolerancia a discursos ultraderechistas no es neutral, ya que contribuye a normalizarlos y a perpetuar sistemas de opresión.
Para Marcuse, la población es responsable no solo cuando acepta estas ideas, sino también cuando, en nombre de la tolerancia, no las confronta activamente. Este tipo de pasividad, a menudo disfrazada de neutralidad, termina favoreciendo a los opresores.
Lección de Marcuse: El mal crece cuando las sociedades permiten que los discursos de odio se difundan sin oposición.
Paulo Freire: la educación como herramienta de emancipación.
El pedagogo brasileño Paulo Freire abordó el tema desde una perspectiva educativa. Según él, la aceptación de ideas opresivas no es una decisión libre, sino el resultado de una educación que perpetúa la pasividad y la falta de pensamiento crítico.
Freire planteó que las personas educadas en un sistema que favorece la obediencia tienden a aceptar ideologías opresivas porque no han sido capacitadas para cuestionarlas. Sin embargo, también afirmó que cada individuo tiene la capacidad de liberarse mediante una educación crítica que le permita identificar las injusticias y resistirlas.
Lección de Freire: Aunque el sistema fomenta la aceptación de ideologías reaccionarias, cada persona tiene la responsabilidad de buscar su emancipación a través de la educación.
Reflexión final: ¿quién tiene la culpa?
Los filósofos progresistas coinciden en que el mal no tiene una única fuente. Por un lado, quienes difunden ideas ultraderechistas son responsables de su contenido y de las consecuencias que generan. Pero estas ideas no podrían triunfar sin una sociedad que, por ignorancia, miedo o comodidad, las acepte o no las enfrente.
Esto no significa que las personas comunes sean inherentemente culpables. Muchos aceptan estas ideologías porque han sido manipulados o porque carecen de herramientas para resistir. Por eso, la clave para combatir el mal está en construir una ciudadanía activa y crítica, capaz de rechazar las ideologías opresivas y promover alternativas más justas.
En última instancia, el mal se combate no solo enfrentando a quienes lo propagan, sino también trabajando para empoderar a la sociedad mediante la educación, la organización y la resistencia activa. Como decía Gramsci, "la indiferencia es el peso muerto de la historia".