El Legado de Luis García Rúa y la Academia de Cura Sama
El Legado de Luis García Rúa y la Academia de Cura Sama.
La academia obrera de la calle Cura Sama, creada en Gijón por Luis García Rúa en 1958, se erige como un ejemplo de compromiso educativo y social. En una España marcada por la represión, este proyecto ofrecía a la clase trabajadora una formación crítica y humanista que trascendía la instrucción convencional. García Rúa, maestro libertario, imaginó un espacio donde la educación se integrara con la vida cotidiana, promoviendo la emancipación intelectual y social.
Una escuela para la clase trabajadora.
La academia nació con recursos mínimos, desde muebles fabricados con materiales reciclados hasta la peculiar exigencia de que los estudiantes llevaran su propia banqueta. Su metodología era profundamente innovadora: basada en el diálogo y en la crítica, evitaba la jerarquía tradicional entre profesores y alumnos. Además, sus materias —como Latín, Historia o Gramática— estaban diseñadas para ser útiles y significativas, fomentando una visión crítica de la realidad social.
Esta pedagogía integral no solo ofrecía conocimientos prácticos, sino que formaba ciudadanos conscientes. Las conferencias sabatinas, que contaban con la participación de destacados intelectuales, complementaban esta formación. Poco a poco, el proyecto adoptó un enfoque claramente político, preparando a los alumnos para pensar y actuar con una perspectiva transformadora.
La represión y la resistencia.
La academia no escapó al ojo vigilante del régimen franquista. La policía ejercía una vigilancia constante y sometió a García Rúa a interrogatorios e intimidaciones. Pese a las amenazas, su respuesta fue firme: "No puedo dejarlo; es lo único bueno que he hecho en mi vida". Este gesto encapsula la esencia de su misión: una vida dedicada a la enseñanza y a la lucha por la justicia social.
Rescatando su memoria.
Hoy en día, la academia de Cura Sama sigue siendo un símbolo de resistencia y educación emancipadora. Sin embargo, el reconocimiento público hacia Luis García Rúa es insuficiente. La placa conmemorativa que lo honra, colocada en una esquina y expuesta al deterioro, es un recordatorio de la necesidad de preservar dignamente su legado. Este espacio debería ser reubicado en un lugar prominente, como una plaza o centro cultural, para que las futuras generaciones comprendan la relevancia de su labor.
Rescatar el espíritu de la academia de Cura Sama no solo implica honrar a García Rúa, sino revitalizar su enfoque educativo. En un mundo que enfrenta desafíos complejos, necesitamos más que nunca modelos pedagógicos que fomenten la crítica, el diálogo y la acción colectiva. Su legado no debe quedar en el olvido, sino servir como guía para construir una sociedad más libre y justa.