Cómo las derechas manipulan la prensa para imponer su relato y ocultar su agenda

Cómo las derechas manipulan la prensa para imponer su relato y ocultar su agenda.


La derecha, tanto en Estados Unidos como en España, ha desarrollado una maquinaria sofisticada para controlar la narrativa pública a través de los medios de comunicación. No se trata simplemente de influir en la opinión pública, sino de saturarla con información confusa, escándalos artificiales y polémicas constantes. El objetivo es claro: impedir el pensamiento crítico, desviar la atención de los problemas estructurales y ocultar sus verdaderos intereses. Este método, perfeccionado por estrategas como Steve Bannon y utilizado ampliamente por figuras como Donald Trump, no es nuevo. Sus raíces se remontan a las estrategias propagandísticas de Joseph Goebbels en la Alemania nazi y a otros regímenes autoritarios que han utilizado la desinformación como herramienta de control social.  




La estrategia de la confusión: saturar para controlar.

Steve Bannon, uno de los arquitectos de la estrategia comunicativa de Donald Trump, acuñó el término velocidad de salida para describir una táctica clave: inundar el espacio informativo con una avalancha de noticias, polémicas y escándalos simultáneos. Cuando los medios están constantemente reaccionando a nuevas crisis, no tienen tiempo para profundizar en los temas ni para investigar a fondo. Esta estrategia busca tres objetivos principales:  

  1. Desorientar a la opinión pública: Al bombardear a la ciudadanía con información contradictoria y escándalos artificiales, se dificulta la capacidad de analizar los problemas estructurales. La gente se siente abrumada y, en muchos casos, opta por desconectar.
  2. Forzar a la prensa y a la oposición a una postura reactiva: En lugar de marcar la agenda y centrarse en temas importantes, los medios y los partidos de oposición se ven obligados a responder constantemente a las polémicas generadas por la derecha. Esto les impide proponer alternativas o fijar prioridades. 
  3. Crear una sensación de caos controlado: La saturación informativa genera la impresión de que todo es urgente, pero nada se entiende con claridad. Este caos mediático beneficia a quienes lo provocan, ya que les permite presentarse como la única opción de orden y estabilidad.  

Un ejemplo claro de esta táctica fue la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos. Mientras los medios se enredaban en sus declaraciones incendiarias o en las polémicas diarias, su administración avanzaba en la desregulación económica, el desmantelamiento de derechos sociales y el fortalecimiento de las élites empresariales. La atención pública estaba tan dispersa que muchos de estos cambios pasaron desapercibidos o no fueron debidamente cuestionados.  


El paralelismo con España: la estrategia mediática del PP.

En España, el Partido Popular (PP) ha adaptado esta táctica a su contexto político. A través de medios afines, como OKDiario, ABC o La Razón, la derecha española lanza constantemente temas polémicos que saturan el debate público. Estos medios actúan como altavoces de una agenda diseñada para desviar la atención de los problemas reales y desgastar al Gobierno. Algunos ejemplos recientes incluyen:  

  • El uso del lawfare (guerra judicial): Grupos ultraderechistas como Manos Limpias presentan denuncias sin base real contra miembros del Gobierno o partidos de izquierda. Aunque estas denuncias rara vez prosperan en los tribunales, generan un impacto mediático significativo, creando la sensación de que la izquierda está rodeada de corrupción.  
  • La sobreactuación mediática sobre la amnistía catalana: La derecha ha presentado la amnistía como un "golpe de Estado", exagerando sus implicaciones y generando un clima de alarma social. Este enfoque sensacionalista desvía la atención de otros temas importantes, como las políticas sociales o la reforma laboral.  
  • La fabricación constante de escándalos: Mediante la difusión de noticias falsas o exageradas, se crea la impresión de que el Gobierno está sumido en el caos y la incompetencia. Esto no solo debilita la credibilidad de los líderes progresistas, sino que también desmoraliza a sus bases.  

Mientras los medios y la oposición progresista reaccionan a estas maniobras, el PP avanza en su verdadero plan: mantener el control de la judicatura, debilitar las políticas sociales y garantizar que el poder económico siga en manos de las élites.  


El papel de la ultraderecha y la instrumentalización de jueces.

Otro elemento clave de esta estrategia es el uso de jueces y asociaciones de ultraderecha para atacar a sus adversarios políticos. El PP se ha apoyado en jueces conservadores y en grupos como Manos Limpias para presentar denuncias sin fundamento pero con gran impacto mediático. Estas acciones no buscan ganar en los tribunales, sino influir en la opinión pública y desgastar políticamente a sus rivales.  

El objetivo es claro: generar la percepción de que la izquierda está rodeada de corrupción y caos, mientras la derecha se presenta como la única alternativa "seria y ordenada". Este es un reflejo de lo que hizo Trump en Estados Unidos al atacar constantemente a los jueces progresistas y utilizar a la Fiscalía para acosar a sus rivales políticos.  


Una estrategia peligrosa para la democracia.

La saturación mediática no solo sirve para desviar la atención, sino que también desmoraliza a la sociedad. Si todo parece caótico, si cada día hay un nuevo escándalo, mucha gente acaba desconectando de la política o creyendo que "todos son iguales". Esta es la trampa definitiva: la derecha crea el caos para después presentarse como la única opción de orden.  

Frente a esto, la única respuesta posible es la pedagogía política. Es fundamental desmontar estas estrategias, recuperar el foco en los problemas reales y construir un relato claro y movilizador. La ciudadanía necesita herramientas para discernir entre la información veraz y la manipulación, y para entender cómo estas tácticas afectan a la democracia.  

Además, es crucial fortalecer los medios independientes y promover el periodismo de investigación, que puede contrarrestar la desinformación y exponer los intereses ocultos detrás de estas estrategias. Solo con una sociedad informada y crítica se puede evitar que la manipulación mediática siga debilitando nuestras democracias.  

En definitiva, la lucha contra la manipulación mediática no es solo una batalla política, sino también cultural. Se trata de defender la verdad, la transparencia y el derecho de la ciudadanía a estar informada de manera clara y honesta. Si no se contrarresta esta manipulación, la democracia seguirá debilitándose ante una derecha que no duda en usar la confusión como arma de dominación.

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