Esclavismo histórico y tratamiento contemporáneo de la inmigración: la explotación cambia de nombre, el racismo sigue intacto
ESCLAVISMO HISTÓRICO Y TRATAMIENTO CONTEMPORÁNEO DE LA INMIGRACIÓN: LA EXPLOTACIÓN CAMBIA DE NOMBRE, EL RACISMO SIGUE INTACTO.
INTRODUCCIÓN:
Lejos de constituir fenómenos aislados, la esclavitud atlántica de la modernidad y el actual trato hacia las poblaciones migrantes presentan múltiples puntos de contacto, tanto en sus fundamentos ideológicos como en sus efectos económicos, sociales y culturales. La cosificación de ciertos grupos humanos, la explotación de su fuerza de trabajo, la negación sistemática de derechos y la construcción de un discurso legitimador de su subordinación conforman un hilo histórico de larga duración que conecta ambas realidades. A ello se añade, en el contexto actual, un nuevo marco discursivo: la teoría del choque de civilizaciones, formulada por Samuel Huntington en 1996, que ha proporcionado una coartada culturalista para justificar políticas de exclusión y criminalización. Este artículo aborda los paralelismos estructurales entre esclavitud e inmigración desde un enfoque histórico-crítico, evidenciando la pervivencia de lógicas coloniales adaptadas al capitalismo globalizado del siglo XXI.
1. RACISMO ESTRUCTURAL: DE LA JERARQUÍA RACIAL AL RACISMO CULTURAL.
La esclavitud atlántica se sustentaba en teorías de inferioridad racial que clasificaban a los africanos como seres incapaces de autogobierno, necesitados de tutela y susceptibles de ser convertidos en mercancía. Esta lógica racista se articulaba desde discursos pseudocientíficos, religiosos y económicos. En la actualidad, la migración —especialmente la procedente de África y del mundo musulmán— es objeto de un proceso de racialización cultural. El migrante es representado no solo como un sujeto económico subordinado, sino como un agente cultural peligroso, depositario de valores incompatibles con los principios occidentales de laicidad, libertad o igualdad de género. Este racismo cultural, ampliamente documentado en los estudios poscoloniales, reemplaza la biología por la cultura como criterio de exclusión, pero mantiene intacta la lógica jerárquica.
2. EXPLOTACIÓN LABORAL: CONTINUIDADES EN LA ECONOMÍA GLOBAL.
La esclavitud atlántica configuró las economías coloniales, proporcionando una fuente de trabajo forzado que permitía maximizar beneficios en sectores como la agricultura intensiva o la minería. Hoy, las economías de los países receptores de migración dependen en gran medida de la mano de obra extranjera para sostener sectores como la agricultura, la construcción, el servicio doméstico o el cuidado de personas. Este trabajo es sistemáticamente devaluado y desprotegido, perpetuando una estructura laboral dual donde el migrante ocupa el espacio productivo más precarizado. De este modo, la función económica de la esclavitud persiste bajo nuevas formas jurídicas y discursivas.
3. NEGACIÓN DE DERECHOS Y EXCLUSIÓN DE LA CIUDADANÍA.
Uno de los rasgos definitorios de la esclavitud fue la negación de derechos fundamentales a las personas esclavizadas: carecían de acceso a la educación, a la representación política, a la protección legal y a la libertad de movimiento. Esta exclusión de la ciudadanía se reproduce hoy en los regímenes de extranjería, que limitan o directamente niegan derechos esenciales a las personas migrantes, especialmente a las que se encuentran en situación administrativa irregular. Sanidad, vivienda, educación o participación política quedan restringidas, configurando un espacio de no ciudadanía o ciudadanía degradada, según conceptos desarrollados por autores como Saskia Sassen.
4. TRÁFICO HUMANO: DE LOS NEGREROS A LAS MAFIAS DE MIGRACIÓN.
El comercio transatlántico de esclavos fue una de las primeras grandes redes globalizadas de tráfico humano con fines de explotación laboral. En la actualidad, las mafias que gestionan el traslado clandestino de migrantes operan bajo lógicas similares: mercantilizan la desesperación y obtienen beneficios de la necesidad de migrar. Sin embargo, la analogía no debe ocultar una diferencia clave: el auge de estas mafias es consecuencia directa de las políticas migratorias restrictivas, que fuerzan a millones de personas a recurrir a redes ilegales para ejercer su derecho a la movilidad.
5. PILAR ECONÓMICO INVISIBLE: ESCLAVOS Y MIGRANTES COMO SUSTENTO DEL SISTEMA.
Tanto en el sistema esclavista como en las economías contemporáneas, la aportación de los colectivos subordinados es esencial pero invisibilizada. Las plantaciones coloniales dependían de la mano de obra esclava, como hoy lo hacen los invernaderos, las cadenas de montaje o los sistemas de cuidados respecto a la migración. Sin embargo, este rol central es ocultado y, en su lugar, los migrantes son presentados como una carga económica o una amenaza social, en una operación de borrado estructural que garantiza la perpetuación de su explotación.
6. DISCURSO LEGITIMADOR: DE LA SUPREMACÍA BLANCA AL CHOQUE DE CIVILIZACIONES.
El esclavismo se justificó desde narrativas supremacistas que describían al esclavo como salvaje, primitivo e incapaz de autogobierno. En el presente, la teoría del choque de civilizaciones ofrece un nuevo marco de legitimación, al presentar al migrante —especialmente al musulmán— como portador de valores intrínsecamente opuestos a la cultura occidental. Este discurso, adoptado por sectores de la ultraderecha europea y norteamericana, reconfigura la supremacía racial como supremacía cultural, trasladando al ámbito de la cultura y la religión lo que antes se atribuía a la raza. Esta operación discursiva, como señala Edward Said en su crítica al orientalismo, es funcional a las políticas de exclusión, securitización y violencia institucional contra los migrantes.
7. VIOLENCIA SOCIAL Y TERRORISMO RACISTA: DEL KU KLUX KLAN A LOS MOVIMIENTOS ULTRADERECHISTAS.
El esclavismo, especialmente tras su abolición, generó reacciones violentas de sectores que buscaban restaurar el orden racial perdido. El Ku Klux Klan y otras organizaciones supremacistas nacieron con el objetivo de reprimir cualquier intento de emancipación real de la población negra. En la actualidad, los movimientos ultraderechistas europeos y americanos, profundamente hostiles a la inmigración, replican esa función de milicia social al servicio de la supremacía cultural blanca. Atentados, agresiones, discursos de odio y violencia cotidiana contra migrantes y racializados representan el brazo social de un racismo estructural que conecta directamente con la historia esclavista y colonial.
EL ESCLAVISMO NO ES UN CAPÍTULO CERRADO DE LA HISTORIA; ES UN SISTEMA MUTADO Y ADAPTADO EN SUS FORMAS PERO NO EN ESENCIA.
El análisis comparado entre esclavitud e inmigración revela la existencia de una continuidad estructural entre ambos fenómenos, anclada en la mercantilización de ciertos cuerpos y la producción de categorías humanas subordinadas. Si bien las formas jurídicas y los discursos de legitimación han mutado, la función económica, la exclusión de derechos y la construcción de un otro deshumanizado persisten. La introducción de la teoría del choque de civilizaciones añade un nuevo elemento a esta genealogía de la explotación: la construcción de una frontera cultural inamovible que convierte al migrante en amenaza esencial. Esta narrativa, lejos de ser un mero discurso, alimenta la violencia social organizada, desde el acoso cotidiano hasta el terrorismo supremacista.
En definitiva, la historia del esclavismo no es un episodio cerrado, sino una matriz de poder que sigue informando las políticas migratorias, las dinámicas laborales y los imaginarios racistas contemporáneos. Comprender esta continuidad y desmontar las ficciones culturalistas que la legitiman es imprescindible para construir sociedades verdaderamente democráticas y equitativas. En un mundo globalizado donde la movilidad es una constante, la disyuntiva es clara: o reconocemos la igualdad radical de todos los seres humanos, o perpetuamos las lógicas esclavistas bajo nuevas formas. La historia juzgará nuestra elección.