Trump y Ayuso: el espejismo del falso patriotismo

Trump y Ayuso: el espejismo del falso patriotismo.

Donald Trump e Isabel Díaz Ayuso, separados por un océano pero unidos por una estrategia común: el uso de un patriotismo hueco y manipulador como arma política. Ambos han construido su relato presentándose como salvadores de una patria amenazada, ya sea por inmigrantes, por “enemigos internos” o or gobiernos progresistas. Sin embargo, cuando escarbamos bajo la superficie, ese supuesto amor por su país o su región no es más que una cortina de humo que esconde una agenda profundamente clasista, privatizadora y al servicio de las élites económicas. Veamos cómo este paralelismo se sostiene punto por punto.



1. Patriotismo excluyente y chovinista.
Trump lanzó su famoso lema “America First” para justificar políticas xenófobas y económicas basadas en el aislamiento y la confrontación. Ayuso, con su ya célebre “Madrid es España y España es Madrid”, utiliza un mensaje similar: Madrid como epicentro de la nación, única locomotora válida, ignorando y despreciando la diversidad territorial. Ambos manipulan el orgullo nacional para dividir y enfrentar a sectores sociales y territoriales, mientras protegen intereses privados disfrazados de defensa patriótica.

2. Inmigración como chivo expiatorio.
Trump hizo de la criminalización de los inmigrantes un pilar. Su famoso muro con México es el símbolo perfecto de esa política. Ayuso, aunque en versión “low cost”, comparte estrategia: sus ataques a los centros de acogida de menores migrantes y sus discursos sobre “efecto llamada” convierten a los vulnerables en chivos expiatorios de los problemas sociales, mientras se oculta la responsabilidad de las élites económicas que ella protege.

3. Desmantelamiento de lo público.
Ambos comparten una obsesión: convertir los servicios públicos en negocio privado. Trump intentó desmontar el Obamacare y redujo presupuestos de educación pública. Ayuso ha hecho de la privatización sanitaria y educativa una seña de identidad. En Madrid, lo público se infrafinancia a propósito, para justificar después su privatización. Sanidad y educación se regalan a empresas amigas, y la vivienda pública prácticamente desaparece, cedida a fondos buitre. Todo envuelto en el discurso de que lo privado es libertad, cuando en realidad es saqueo.

4. Salarios de miseria y cultura de la precariedad.
Trump se negó a establecer un salario mínimo federal digno, bajo el mantra de que el mercado se autorregula. Ayuso copia y refina esa crueldad: no solo se opone a las subidas salariales, sino que ha llegado a pagar una campaña para fomentar las propinas en los bares tras oponerse a la subida del salario mínimo. Ambos consideran que la precariedad es una virtud, mientras los beneficios empresariales crecen a costa de trabajadores sin derechos ni estabilidad.

5. Al servicio de las grandes corporaciones.
Tanto Trump como Ayuso confunden patriotismo con servilismo a las élites económicas. Trump blindó a Wall Street y a las grandes petroleras; Ayuso convierte Madrid en un paraíso para Florentino Pérez, Quirón o la gran hostelería, priorizando terrazas sobre zonas verdes y vendiendo suelo público al mejor postor. Ambos utilizan el poder político como herramienta de acumulación privada para los suyos, camuflado bajo un discurso patriótico.

6. Dumping fiscal: patria como chiringuito.
Aquí el paralelismo es directo. Trump, mientras decía amar a su país, rebajó impuestos a los ultrarricos y multinacionales, provocando un déficit brutal que después utilizó como excusa para recortar derechos. Ayuso hace lo mismo: convierte Madrid en un paraíso fiscal interno, bajando impuestos a grandes fortunas y deteriorando así los servicios públicos. En ambos casos, el patriotismo fiscal desaparece cuando se trata de pedir a los más ricos que contribuyan al bien común. La patria es negocio, no proyecto colectivo.

7. Aranceles y confrontación económica como propaganda.
Trump convirtió la guerra comercial en arma política. Los aranceles a China, Europa o México no obedecían a una estrategia económica razonada, sino a la necesidad de crear enemigos externos para justificar su falso patriotismo económico. Ayuso hace algo similar, aunque a escala nacional: enfrenta a Madrid con el resto de comunidades, presentando cualquier medida redistributiva como un ataque a la “libertad madrileña”, cuando lo que defiende es el privilegio fiscal de las élites instaladas en la capital. El resultado es el mismo: usar la bandera para blindar privilegios y promover dumping.

8. Cultura del enemigo interno y persecución política.
Trump fabricó la conspiración del deep state, persiguió a medios críticos y convirtió a jueces y científicos en enemigos públicos. Ayuso juega esa misma carta: los sindicatos, los sanitarios que protestan, los profesores, los artistas críticos, todos son presentados como sectarios, comunistas o enemigos de Madrid. El “patriotismo” es, en realidad, una maquinaria de persecución política y silenciamiento.

9. El espectáculo por encima de la gestión.
Ambos son productos mediáticos, diseñados para el escándalo y la polarización. Trump convirtió cada tuit en una bomba política; Ayuso ha perfeccionado el arte de la declaración explosiva, copando portadas con provocaciones diarias. Mientras tanto, la gestión real es catastrófica: listas de espera sanitarias disparadas, barracones escolares, alquileres desorbitados y un modelo productivo basado en turismo de borrachera y precariedad.

Patriotismo para las élites, miseria para la mayoría.
El paralelismo es evidente y demoledor. Ni Trump ni Ayuso son patriotas. Son gestores de un patrioterismo tóxico y utilitario, diseñado para blindar privilegios de una minoría económica mientras se empobrece a las mayorías. Su amor a la patria es tan sincero como su defensa de los servicios públicos: pura propaganda.
Frente a esta farsa, urge reivindicar un patriotismo democrático y popular, donde la patria sea la gente y sus derechos, no los negocios y las banderas de quita y pon. Un patriotismo de los cuidados, de la igualdad y de la justicia fiscal, donde los que más tienen paguen más y donde el espacio público sea para la vida digna, no para la especulación. Porque amar un país no es privatizar su sanidad, ni vender su vivienda pública, ni precarizar a sus jóvenes. Quien defiende eso, ni es patriota ni es demócrata: es simplemente un agente de las élites disfrazado de salvador.

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