El dominio del relato como forma de poder

El dominio del relato como forma de poder.

Vivimos rodeados de relatos. No solo narramos para explicar el mundo: lo construimos a través de la narración. Toda ideología, toda forma de poder, toda identidad colectiva, se apoya en relatos que moldean la realidad social, política y emocional de los pueblos. El dominio del relato es, por tanto, una forma esencial de poder.




El pasado como arma.

A lo largo de la historia, los vencedores han impuesto sus versiones de los hechos, reescribiendo la historia desde su propia perspectiva. Como dijo George Orwell en 1984:  
> "Quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado".
La historia oficial no es solo memoria, es herramienta de legitimación. Cuando el poder se apropia del relato, puede convertir una invasión en “liberación”, una dictadura en “orden”, una masacre en “victoria”, una resistencia en “terrorismo”.


Colonizar la narrativa para justificar la violencia.

La colonización del relato ha sido siempre parte inseparable del ejercicio del poder. El relato impone categorías: civilizado frente a salvaje, racional frente a emocional, legal frente a ilegítimo. Así se ha justificado el colonialismo, la esclavitud, la represión de pueblos enteros.

Edward Said, en Orientalismo, mostró cómo Occidente construyó una imagen del “otro” oriental como atrasado y sensual, para legitimarse como civilizador.  
El relato no describe: selecciona, excluye, jerarquiza.


El neoliberalismo y el relato de la libertad.

Hoy, en el capitalismo neoliberal, este dominio narrativo se ha vuelto más sofisticado. El lenguaje de la libertad ha sido colonizado por los mercados. Se nos habla de:
  • “Emprendedores” en lugar de trabajadores explotados.  
  • “Flexibilidad laboral” en vez de precariedad.  
  • “Sociedades meritocráticas” en contextos estructuralmente desiguales.
Se nos dice que somos “libres” de consumir, mientras se destruyen las condiciones materiales de una libertad real. En palabras del filósofo Byung-Chul Han:  
> “El neoliberalismo explota la libertad.”


Saturar el espacio público: la nueva censura.

Hoy no hace falta censurar para dominar. Basta con saturar el espacio público con significados prefabricados y versiones únicas de lo real. La política se convierte en espectáculo, y la posverdad en norma. Lo importante ya no es lo verdadero, sino lo verosímil.

Dardo Scavino lo expresa así: 

> “El poder ya no necesita imponer una verdad única: le basta con gestionar el sentido.”


Silenciar voces, borrar memorias.

Controlar el relato también es decidir qué relatos no existen, qué voces no se escuchan, qué memorias se silencian. Las resistencias populares son a menudo ridiculizadas o criminalizadas.

El franquismo construyó un relato de “Cruzada” contra el caos, legitimado por una Iglesia cómplice y una propaganda brutal. La voz de los vencidos fue silenciada durante décadas, y aún hoy se criminaliza a quienes exigen memoria, verdad y justicia.

Frantz Fanon lo resumió con crudeza en Los condenados de la tierra:  

> “El colonialismo no solo roba la tierra; también roba la historia.”


Recuperar el relato es dignidad.

La pedagogía crítica de Paulo Freire insistía en que los oprimidos deben reapropiarse del lenguaje y contar su historia desde su lugar. Porque quien no puede contar su historia con sus propias palabras, está condenado a vivir en la historia de otro.

George Lakoff también señala que no gana quien tiene razón, sino quien define los marcos del debate:  

> “No importa tanto qué dices, sino desde qué marco lo dices.”


Narrativas digitales: oportunidad y riesgo.

En el terreno digital, las redes sociales pueden democratizar el relato, pero también servir para manipular, polarizar y desinformar. No basta con tener voz: hay que disputar el marco, los símbolos, los conceptos.

Hace falta formación crítica para identificar los mecanismos de dominación narrativa y construir relatos alternativos. Como decía Walter Benjamin:  
> “No hay documento de civilización que no sea también documento de barbarie.”


Conclusión: el relato es campo de batalla.

En el relato se decide qué vidas importan, qué pasados se recuerdan y qué futuros se imaginan. Recuperar el relato es recuperar la posibilidad de un mundo distinto, y también un acto ético: dar voz a los que no la tuvieron, recordar a los excluidos, imaginar futuros más justos.

Porque sin relato propio, somos personajes secundarios en la historia escrita por otros. Y como decía Hegel:  
> “Las víctimas de la historia no tienen historia.”

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