MATAR AL LOBO ES DISPARARSE AL PIE: DESMONTANDO LA CAZA COMO SOLUCIÓN AL CONFLICTO CON LA GANADERÍA
MATAR AL LOBO ES DISPARARSE AL PIE: DESMONTANDO LA CAZA COMO SOLUCIÓN AL CONFLICTO CON LA GANADERÍA.
La reciente desprotección del lobo ibérico, propiciada por una maniobra legislativa del Partido Popular y secundada por los gobiernos de Asturias y Cantabria, ha permitido autorizar la muerte de casi un centenar de ejemplares sin estudios científicos previos ni garantías ecológicas. Bajo la falsa premisa de defender la ganadería extensiva, se está ejecutando una estrategia tan antigua como ineficaz: eliminar al depredador en lugar de aprender a convivir con él. Esta medida no solo es científicamente injustificada, sino que además es contraproducente desde el punto de vista ecológico, económico y ético.
1. Fragmentar las manadas agrava el problema en lugar de resolverlo.
Cuando se elimina de forma indiscriminada a miembros de una manada de lobos, se altera su estructura social, que es compleja y jerárquica. Los lobos viven en grupos organizados donde los adultos más experimentados enseñan a los jóvenes a cazar presas silvestres, y el éxito en la caza depende de la cooperación. Si estos adultos mueren, las manadas se desorganizan y los jóvenes, sin habilidades suficientes para capturar ungulados salvajes, recurren a presas fáciles: ganado sin vigilancia o sin medidas de protección adecuadas. Lejos de reducir los ataques al ganado, la desestructuración de las manadas puede incrementarlos. Así lo han confirmado estudios en Estados Unidos y Europa (como los de Robert Wielgus o Adrian Treves), que demuestran que la eliminación de lobos a menudo conduce a un aumento de la depredación sobre animales domésticos.
2. No hay evidencia científica que justifique los cupos actuales.
Los gobiernos autonómicos de Asturias y Cantabria han aprobado cupos de “extracción” del 15% al 20% de la población de lobos sin basarse en ningún informe científico independiente que respalde tales cifras. No existe una evaluación de impacto ecológico, ni un censo riguroso y actualizado, ni un estudio demográfico que indique que estas poblaciones pueden soportar tales pérdidas sin entrar en regresión. Actuar sin ciencia es actuar a ciegas, y hacerlo con una especie protegida es, sencillamente, temerario. El propio Ministerio para la Transición Ecológica advirtió en 2021 que el lobo estaba en estado de conservación desfavorable, lo que motivó su inclusión en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (LESPRE). Saltarse esta evidencia es un grave retroceso.
3. Se está vulnerando la legislación europea de conservación.
La Directiva Hábitats de la Unión Europea exige que los Estados miembros mantengan a las especies en un estado de conservación favorable. El hecho de que el lobo esté protegido en todo el territorio nacional implica una obligación legal de preservarlo, no de eliminarlo. Las acciones que pongan en peligro la viabilidad de las poblaciones son, por tanto, ilegales. El propio Tribunal de Justicia de la UE ya ha sancionado anteriormente a Castilla y León por autorizar planes de caza sin base legal. Aplicar cupos sin garantizar que no se pone en riesgo la supervivencia de la especie es una infracción del derecho europeo, y puede acarrear consecuencias judiciales para España.
4. Existen métodos de prevención eficaces, sostenibles y compatibles con la biodiversidad.
La prevención de los ataques al ganado no requiere balas, sino herramientas. Pastores eléctricos, cercas móviles, dispositivos de disuasión acústica y visual, y el uso de razas tradicionales de mastines son soluciones demostradas que han funcionado en muchas zonas de Europa. En Asturias, algunos ganaderos han reducido a cero los ataques gracias al uso de mastines y vigilancia activa. Estas soluciones no solo son efectivas, sino que permiten preservar tanto la ganadería como la biodiversidad. Programas como el de “Ganadería y Biodiversidad” de WWF o iniciativas locales en los Pirineos y los Alpes han mostrado cómo combinar rentabilidad, paisaje y conservación.
5. Las cifras de daños y de indemnizaciones están infladas y mal justificadas.
Las comunidades autónomas argumentan que los lobos provocan miles de bajas en el ganado y que las compensaciones suman millones de euros. Sin embargo, los informes técnicos no siempre verifican que haya sido un lobo el causante del daño. Muchos ataques se atribuyen automáticamente al lobo sin pruebas forenses ni análisis de huellas, lo que infla artificialmente las cifras y alimenta un relato alarmista. Además, en la mayoría de los casos no se exige que el ganadero demuestre haber adoptado medidas de prevención. De este modo, se crea un sistema perverso donde la falta de protección se compensa económicamente, en lugar de corregirse.
6. El relato político se basa en bulos y en la manipulación del miedo.
En el Congreso de los Diputados se han escuchado afirmaciones como que “el lobo impide llevar a los niños a la escuela” o “aterroriza a los pueblos”, declaraciones sin ninguna base empírica. En España, no hay constancia de ataques mortales de lobos a humanos desde hace más de un siglo. El lobo ibérico, esquivo y temeroso, evita el contacto humano. La construcción de un enemigo para justificar políticas populistas es una técnica antigua: se inventa una amenaza, se alimenta con bulos y luego se ofrece una solución drástica. Pero en este caso, el daño es real y afecta a una especie clave para el ecosistema.
7. La caza no ha funcionado en el pasado, y no funcionará ahora.
Castilla y León ya aplicó durante años planes de caza con cupos autorizados. ¿El resultado? Los ataques al ganado no se redujeron, y la especie no mejoró su situación. El propio Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León anuló los planes entre 2019 y 2022 porque no se había demostrado su eficacia. Cazar lobos ha demostrado ser una estrategia ineficaz, con un alto coste para la biodiversidad y ningún beneficio duradero para los ganaderos.
8. El lobo es clave para el equilibrio ecológico.
El lobo es un depredador tope que regula las poblaciones de herbívoros como jabalíes, corzos o ciervos. Al controlar estos números, evita la sobreexplotación del pasto, la erosión del suelo y contribuye a mantener el equilibrio de los ecosistemas. La desaparición del lobo altera las cadenas tróficas y reduce la biodiversidad. En lugares como Yellowstone (EE. UU.), la reintroducción del lobo produjo efectos beneficiosos inesperados sobre el paisaje, los ríos y otras especies. Matar lobos no es solo un problema ético: es un error ecológico de primera magnitud.
9. Se está preparando una matanza más amplia.
Las declaraciones del consejero de Medio Ambiente de Castilla y León, Juan Carlos Suárez-Quiñones, son preocupantes: sugiere que la caza será inevitable y que espera que la UE rebaje la protección del lobo en toda Europa. Esta visión apunta a una estrategia coordinada de eliminación sistemática, no a una gestión razonable de la fauna. Si el cambio se consuma, el efecto en las poblaciones ibéricas será devastador. La eliminación de un 20% de ejemplares puede ser solo el comienzo de una escalada sin freno.
10. Sí existen alternativas sostenibles, y están probadas.
Zonas como Portugal, donde el lobo goza de protección total desde hace décadas, han apostado por la coexistencia y la educación. Los ataques no han desaparecido, pero han disminuido y se gestionan con diálogo, compensaciones ajustadas y medidas preventivas. La clave está en fomentar la corresponsabilidad: ayudar a los ganaderos, formar a los técnicos, proteger al lobo y fortalecer el vínculo con el territorio. Es una inversión a medio plazo, pero es la única que asegura resultados duraderos y éticamente sostenibles.
Conclusión:
Eliminar lobos para proteger el ganado es una solución falsa que ha sido refutada una y otra vez. No solo no protege a la ganadería, sino que fomenta su vulnerabilidad. No solo no defiende al mundo rural, sino que lo enfrenta a su propia diversidad biológica. La verdadera modernización del medio rural pasa por el conocimiento, la innovación, el respeto y la convivencia, no por volver a la escopeta como única herramienta. La sociedad no puede tolerar políticas que sacrifican el patrimonio natural para tapar su incapacidad de gestión. Aún estamos a tiempo de rectificar. Pero hay que alzar la voz antes de que el aullido del lobo se extinga en silencio.